Los que tuvo San José en la circuncisión del divino Hijo de su esposa, y cuando él mismo le dio el nombre de Jesús.
1- Instante terrible hubo de ser para San José el en que vio cómo el cuchillo penetraba en las tiernísimas carnes del recién nacido, hasta hacer brotar sangre, pues que así lo exigía la ceremonia de la circuncisión. Los lloros del divino Niño no podían menos que desgarrar su corazón tierno. Pero al pronunciar sus labios el dulcísimo nombre de Jesús, que, según la orden que había recibido del ángel, puso al Dios niño, se llenó de un placer tanto más grande, y que nosotros no podemos ponderarlo bastante, cuanto más él conocía toda la extensión del significado de aquel nombre, a cuyo eco ya desde entonces se conmovían los cielos, la tierra y el infierno.
2- La sangre que Jesús derrama apenas nacido, y que derrama por nuestro amor, ha de animarnos a sufrir todas las adversidades que nos vengan, cualesquiera que sean la situación de nuestra vida, nuestra salud y nuestra delicadeza, ya que Jesús se hallaba en lo más tierno y delicado de la infancia, cuando fue circuncidado. Tengamos, pues, siempre en el entendimiento, en el corazón y en los labios el dulce nombre de Jesús; que recordándolo y pronunciándolo con amor se nos harán llevaderas las penas.
3- Hagamos la resolución de sufrir sin murmurar, cuando nos encontremos en algún padecimiento ; y de no ser tan delicados y amantes de nosotros mismos, que no queramos tolerar ninguna incomodidad. No descuidemos de pronunciar en nuestras tribulaciones los nombres de Jesús, María y José, pues que ellos nos servirán de consuelo.
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