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jueves, 15 de enero de 2015

QUINTO DOLOR Y QUINTO GOZO.


Los que tuvo San José en la huida Egipto y en ver cómo a la presencia de Jesús en este pueblo se derrumbaban los ídolos del paganismo.
 
 1- Basta un poco de reflexión para comprender el dolor que había de martirizar el corazón de San José, al tener que huir a Egipto para salvar a Jesús de la persecución de Herodes. La travesía era larga, los caminos escabrosos, desconocidos y expuestos, y la sagrada familia se hallaba sin recursos y casi hasta sin la ropa necesaria para su abrigo en lo riguroso del invierno. ¡Qué cruel amargura para el santo Patriarca ver en tan penosa situación a María, tiernísima y delicada doncella, y a Jesús, niño recién nacido! Pero grande sería a la vez su gozo, cuando al entrar en Egipto, caían los simulacros del demonio, que aquellas idólatras gentes adoraban como a divinidades. José vio en aquel suceso otra prueba de que su hijo adoptivo era el mismo Hijo de Dios, y se complació ya en el triunfo, que Jesús debía reportar de la culpa y del infierno.

2- Huyamos también nosotros, como José, de allí donde se encuentra Herodes, esto es, de los lugares donde reinan los vicios, y donde la virtud es escarnecida, o a lo menos ridiculizada y despreciada. Huyamos, aunque sea por escabrosos caminos, es decir, por medio de la mortificación y de la penitencia, al destierro: esto es, busquemos el recogimiento en el fondo de nuestros corazones; pero antes procuremos que caigan de ellos los ídolos del orgullo, de la codicia, de la concupiscencia, de la vanidad y demás pasiones a que rendimos culto.

 3- Sea la resolución huir, venciendo todos los respetos humanos, y contrariando, si es preciso, las propias inclinaciones y afectos, de todas aquellas ocasiones en que haya peligro de pecar, así como de todas aquellas compañías entre las cuales no se fomente la virtud.


 

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