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lunes, 19 de enero de 2015

MEDITACIONES SOBRE LAS EXCELENCIAS Y PODEROSOS VALIMIENTOS DE SAN JOSÉ.



Para excitar un cordial amor á San José, se añaden las siguientes consideraciones, que pueden servir también a los que componen la asociación del Culto perpetuo, tomando de aquí cualquier punto para la meditación de aquel día.
 
Querría yo persuadir a todos a ser devotos de este glorioso Santo, por la experiencia que tengo de los grandes bienes que alcanza de Dios.

Santa Teresa.
 
SOBRE EL CULTO DE SAN JOSÉ.
 
Preludio. — Imagínate ver el cielo abierto, y allí a Jesús y a María sentados en sus tronos, que invitan a los ángeles y santos a honrar a San José. 

Preludio. — Pide gracia para conocer los méritos y la gloria de San José, venerarlo debidamente y poner en él toda tu confianza. Conveniencia del Culto.

Considera cuán conveniente es que todo cristiano rinda un culto especial al Patriarca San José, tan esclarecido por su dignidad. Es cierto que se suele honrar a cada uno a proporción de su grado o excelencia, bien sea por su linaje o por los honrosos títulos que ha adquirido, o por el puesto en que está colocado. Lo mismo sucede en el cielo, donde el Señor, justo remunerado, distribuye la gloria a sus siervos a medida de sus méritos. Y ¿quién puede entender el alto puesto de gloria a que en el cielo ha sido levantado San José, y el profundo homenaje que le tributa todo el celestial paraíso? Él, sin decir nada de su linaje, que para con Dios no tiene valor alguno, sino en cuanto es ilustrado con la virtud, él es el esposo de la Madre de Dios, que es la señora de los ángeles, la reina de los santos, la emperatriz del cielo; y tan alta dignidad se refleja en el esposo, el cual está muy cercano a ella en el empíreo y en trono de especial gloria. José es el padre putativo de Jesucristo que es el Rey de reyes y el Señor de todos los señores; y si Jesús, morando en la tierra, honró y obedeció como hijo sumiso a San José, sin duda que le honra y reverencia también ahora en el cielo; y por esto lo ha colocado junto a su trono y al de su augustísima Madre, para que reciba los homenajes de todos los ángeles y santos. Y ¿quién jamás, de entre los santos más insignes o entre los serafines más excelsos, pudo decir al Rey de la gloria, Jesucristo : «Tú eres mi hijo», como mil veces pudo decirlo San José? ¡Oh dignidad sublimísima! ¡Oh santo, sobre todos los santos dignísimo de toda honra!

Si yo no supiese que Vos sois tan bueno cuanto sois grande, no tendría ánimo ni aún para nombraros de otro modo que con temor y con la cara por el suelo. Más, me animo conociendo íntimamente, que la alteza de vuestra dignidad no hace sino volveros más benévolo a mis súplicas, y más poderoso para el remedio de mi necesidad. Me alegro con Vos, y doy gracias con todo afecto a vuestro Jesús y mío que tanto os ha sublimado, para que yo pueda con más seguridad apoyarme en vuestra protección.


Se debe también á San José un culto especial por su santidad
¡Cuán venerable es la virtud, y digna de toda honra la santidad! Más ¿quién puede comprender la santidad perfectísima de San José? Él debió ser y fue muy semejante en costumbres y virtud a la Santísima Virgen, de quien, por voluntad de Dios, fue dignísimo esposo. Él debió ser y fue adornado de gracias y dones singularísimos, como convenía al oficio que ejercitó de padre legal de Jesucristo; por lo mismo tuvo él en sí reunido cuanto de más santo resplandeció en todos los Patriarcas del Antiguo Testamento, de quienes fue digna corona: más piadoso que Noé, más fiel que Abrahán, más paciente que Isaac, más constante que Jacob, más casto que José, más manso que David, más justo que todos los justos, esto es, más perfecto en todas las virtudes.

Las obras, las plegarias y los trabajos de San José en la tierra, dice el doctísimo Suárez, fueron en mérito y valor de santidad más eminentes que los de los demás santos, atendida la más especial unión que tenía con Jesucristo, y el más perfecto conocimiento y amor de su divina persona. Por esto, nueva-mente, ¡oh San José mío, me alegro con Vos y con todo el corazón bendigo al Señor, que es fuente y principio de toda santidad, de haber tan liberalmente derramado sus tesoros sobre vuestra alma. A Vos me encomiendo en la extrema privación, en que me hallo, de toda virtud. Por el afecto que siento hacia Vos en mí, y por el culto que os presto, y más por vuestra bondad, alcanzadme que, removida de mí toda tibieza de espíritu y relajación de corazón, me aplique de veras a conseguir las virtudes, la santidad y perfección que mi estado exige.

Se debe a San José un culto especial por su poder. ¿Quién no busca aquí en la tierra un poderoso protector, para acudir á él en sus necesidades ? Pues gracias sean dadas a Dios, yo lo he hallado y lo he hallado poderosísimo, no aquí en la tierra, sino allá en el cielo: he hallado a San José. ¡Oh qué protector tan grande, tan bueno, tan poderoso!

¿Qué no puede alcanzar San José para sus devotos? Pedirá gracias por ellos a María su esposa: ¿y las negará esta a su amado esposo? Las pedirá a Jesús su hijo, y se las pedirá en cierto modo con autoridad de padre: le alegará los títulos que tiene para obligarle: le hará presente que lo educó, lo alimentó, lo vistió, lo sirvió, lo libró de las acechanzas y peligros de la muerte, y Jesús negará nada a su dulcísimo padre.

 San José puede todo en el cielo, y sus peticiones jamás son rechazadas. El poder amplísimo que confirió Faraón a José en Egipto, no fue sino una sombra del poder dado a San José, ante quien parece que se complace el Señor en enviar a los que le piden gracias:

Ite at Joseph; y a quien, como lo dice la Iglesia, ha constituido Señor de su casa, príncipe de todas sus posesiones y árbitro dispensador de todos sus tesoros.

¡Afortunados devotos de San José, vosotros no quedaréis jamás privados de ayuda, acudiendo á su gran patrocinio!

 «Ruego, por amor de Dios — dice Santa Teresa — que haga la prueba quien no me cree y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse á este glorioso Patriarca y serle dovoto.»

¡Oh amado santo mío!
Por tercera vez me alegro con Vos
del altísimo poder que tenéis para socorrerme;
 doy gracias, bendigo y ensalzo
al piadosísimo Dios
que me ha dado a Vos por protector,
y ha puesto en vuestras manos sus tesoros,
para que a vuestro agrado los dispenséis.
¡Ea! recibidme bajo vuestro poderoso
y amorosísimo patrocinio en vida y en muerte,
para que siga una vida digna
del nombre y profesión de cristiano,
y tenga una muerte que sea para mí
el principio de eterna vida.
 
Amén.

 
 

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